CIUDAD DE MÉXICO — Montado en una ola de descontento colectivo por la corrupción y la violencia desenfrenadas, Andrés Manuel López Obrador fue elegido presidente de México este domingo 1 de julio con una victoria aplastante, que da un vuelco al sistema político dominante del país y le otorga un amplio mandato para reformar al país.
La victoria de López Obrador lleva a un líder de izquierda al mando de la segunda economía más grande de América Latina por primera vez en décadas, una posibilidad que ha embargado de esperanza a millones de mexicanos (y a las élites del país, de temor).
El resultado representa un rechazo evidente al statu quo de la nación, que durante el último cuarto de siglo se ha definido por una visión centralista y por una adopción de la globalización que muchos mexicanos sienten que no les ha servido.
Las promesas centrales de la campaña de López Obrador —acabar con la corrupción, reducir la violencia y abordar la pobreza generalizada de México— fueron muy populares entre los votantes, pero acarrean preguntas que él y su nuevo gobierno podrían tener dificultades para responder.
¿Cómo pagará su ambicioso plan de programas sociales sin gastar en exceso y dañar a la economía? ¿Cómo librará a su gobierno de funcionarios corruptos cuando algunos de ellos fueron parte de su campaña? ¿Podrá hacer mella en la violencia inexorable de la guerra contra las drogas, que el año pasado causó más homicidios que las dos décadas anteriores?
¿Y cómo gobernará López Obrador, un político radical con tendencia a menospreciar las críticas en los medios y en todos lados?
Al final, el deseo de un cambio en el país pesó más que cualquiera de las dudas que el candidato pudiera haber inspirado.
“Es tiempo de un cambio, es tiempo de ir con López Obrador y ver qué pasa”, dijo Juan de Dios Rodríguez, un campesino de 70 años del estado de Hidalgo, un bastión tradicional del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ha dominado la política en México durante prácticamente toda su vida. “Esta será la primera vez que votaré por un partido diferente”, dijo.
En su tercer intento por llegar a la presidencia, López Obrador, de 64 años, ganó en la elecciones que las autoridades han descrito como las más grandes en la historia de México.
Según los primeros resultados del conteo rápido, obtuvo más de la mitad de los votos, más que cualquier candidato desde que la nación comenzó su transición a la democracia hace casi veinte años. Como un reflejo del cambio en el voto, sus principales competidores admitieron la derrota 45 minutos después del cierre oficial de las mesas, otra primicia histórica.
Con sus socios de la coalición, es probable que López Obrador tenga una mayoría en el Congreso, lo que potencialmente le dará más poder para promulgar sus políticas.
En su discurso el domingo por la noche en Ciudad de México, López Obrador buscó unir a un electorado polarizado y prometió velar por todos los ciudadanos, en primer lugar por los pobres.
“Llamo a todos los mexicanos a la reconciliación y a poner por encima de los intereses personales, por legítimos que sean, el interés superior, el interés general”, dijo. “El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos, a ricos y pobres, a pobladores del campo y de la ciudad, a migrantes, a creyentes, y no creyentes, a seres humanos de todas las corrientes de pensamiento y de todas las preferencias sexuales”.
Un repudio general al poder tradicional ha encumbrado a líderes populistas en Estados Unidos y Europa, así como a políticos conservadores en varios países de América Latina, incluida Colombia tras la elección del mes pasado.
“Las últimas elecciones en América Latina han demostrado la misma exigencia de cambio”, dijo Laura Chinchilla, la expresidenta de Costa Rica. “Los resultados no son una aprobación de las ideologías, sino exigencias de un cambio, un cansancio que siente la gente que espera respuestas que simplemente no han llegado”.
López Obrador, quien ha prometido bajar su propio salario y elevar los de los empleados gubernamentales que reciben los salarios más bajos, hizo campaña con un discurso de cambio social que incluía un aumento de las pensiones para los adultos mayores, becas de estudio para jóvenes y apoyo adicional para los campesinos.
Dijo que pagaría esos programas con el dinero que el país ahorre al eliminar la corrupción, una cifra que ha ubicado en decenas de miles de millones de dólares al año, y que algunos expertos dudan que llegue a materializarse.
Realista o no, el atractivo de su mensaje está empapado del lenguaje de la nostalgia de tiempos mejores. Y, en cierto sentido, de un nacionalismo económico que algunos temen que revertiría importantes avances logrados a lo largo de los últimos veinticinco años.
En este sentido, así como en otros, los paralelismos entre López Obrador y Trump son difíciles de ignorar. Ambos son líderes tempestuosos, que están poco dispuestos a conceder una disputa política. Ambos arremeten contra sus enemigos y ven a los medios con recelo.
El domingo por la noche, Donald Trump felicitó a Andrés Manuel López Obrador por su triunfo en las elecciones presidenciales y mencionó que ansiaba trabajar con él por el beneficio de ambos países.
Incluso si el descontento que impulsa el ascenso de López Obrador es en gran parte resultado de los problemas nacionales, el nuevo presidente tendrá la presión de tomar una postura menos conciliatoria con su homólogo estadounidense. El actual gobierno, encabezado por el presidente Enrique Peña Nieto, ha sufrido en relativo silencio una serie de humillaciones por parte de Trump.
No obstante, López Obrador no es el populista latinoamericano típico, ni su marca como izquierdista muestra la complejidad de su ethos.
Al construir su tercera candidatura a la presidencia, López Obrador reunió a un heterogéneo grupo de aliados, algunos con visiones contradictorias. Hay políticos de izquierda, sindicatos, conservadores de extrema derecha y apoyo de parte de la Iglesia católica. Cómo se las arreglará para mantener bajo control estos intereses en conflicto está por verse.
López Obrador heredará una economía que solo ha visto un crecimiento modesto durante las últimas décadas; uno de sus mayores retos será convencer a los inversionistas extranjeros de que México se mantendrá dispuesto a hacer negocios.
Si él fracasa en convencer a los mercados de que está comprometido con la continuidad o hace cambios abruptos a la política económica actual, el país podría batallar para lograr incluso el crecimiento modesto de los gobiernos anteriores.
Existe evidencia de que López Obrador sabe lo que está en juego. Aunque sus opositores lo han pintado como un radical similar a Hugo Chávez, López Obrador ha prometido no elevar la deuda del país y mantener relaciones cercanas con Estados Unidos.
López Obrador, quien suele ser llamado por sus iniciales, AMLO, tiene un historial de trabajo con el sector privado y ha designado un representante respetado para manejar las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
“Hoy AMLO es un político de centro mucho más moderado que gobernará a la comunidad empresarial con la mano derecha, y a los sectores y programas sociales con la izquierda”, dijo Antonio Sola, quien creó la efectiva campaña de miedo que marcó a López Obrador como un peligro para México en la elección de 2006, en la que fue derrotado.
“La gran diferencia entre aquel entonces y ahora es que la emoción dominante entre los votantes es la ira”, dijo Sola. “Y la ira es mucho más fuerte que el miedo”.
Respecto a la violencia, López Obrador ha fallado en gran medida en articular una política que vaya más allá de lugares comunes. En determinado momento, dijo que la amnistía para los delincuentes menores podría ser una opción para acabar con el ciclo de encarcelamiento.
Cuando la propuesta generó críticas generalizadas, López Obrador dijo que la idea era simplemente un esfuerzo de pensar de maneras más creativas. Sin embargo, los analistas dicen que pocas cosas diferencian su plataforma de la de otros candidatos e incluso de la de su predecesor, Peña Nieto.
Lo más probable es que él se encuentre en una posición poco envidiable al tener que manejar la crisis en vez de acabar con ella.
No obstante, para López Obrador, quien ha pasado gran parte de su carrera política preocupado por los pobres, estas reformas destinadas a modernizar instituciones atrapadas en el pasado fueron poco más que un asalto al pueblo.
Ha prometido revisar los contratos de exploración petrolera concedidos a firmas internacionales y respetar aquellos realizados de manera honesta, así como emprender medidas legales contra aquellos que no.
Es posible que cese la licitación de nuevos contratos, lo que potencialmente pondrá la futura exploración y producción petrolera de México de nuevo en manos del Estado. A partir de ahí, no queda claro si López Obrador entregará los derechos de vuelta a la petrolera estatal, Pemex, que ha sufrido graves problemas tanto de corrupción como de ineficiencia.
Para muchos, el futuro de la industria petrolera del país ejemplifica la preocupación central por la presidencia de López Obrador: incertidumbre.
A pesar de todo el discurso de cambio, a muchos les preocupa que su presidencia sea un regreso al pasado.
“Lo que más me preocupa sobre energía y educación es la ambigüedad del camino alternativo por delante, si decide dar marcha atrás con ellas”, dijo Jesús Silva-Herzog Márquez, profesor de Ciencias Políticas en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tec de Monterrey.
A algunos les preocupa cómo será la relación de López Obrador con la oposición, porque su personalidad impulsiva ha deleitado y preocupado a los votantes.
AMLO tiene antecedentes de ignorar a sus detractores o de atacarlos públicamente. Se refiere a la comunidad de las organizaciones sin fines de lucro de México, que ha sido una fuerza para el cambio y la democracia, como “fifís”.
Para sus oponentes, este ciclo electoral ha llevado a los tres principales partidos políticos de México a una crisis. El partido de Peña Nieto sufrirá una drástica reducción en tamaño y poder en el nuevo Congreso, mientras que el Partido de la Revolución Democrática, de izquierda, tal vez ni siquiera sobreviva.
Quizá el único partido con suficiente poder para servir de contrapeso será Acción Nacional, a pesar de haber soportado una brutal división en la campaña.
Sobre el combate a la corrupción, el elemento que definió su campaña, pocos creen que será fácil abordar las complejas realidades de la corrupción sistemática.
Eso podría causar que López Obrador sea una continuación de la decepción a la que muchos votantes reaccionaron.
“El mayor problema que veo son las expectativas que él ha construido”, dijo Carlos Illades, profesor de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana e historiador de la izquierda mexicana. “El problema será lo que no sea capaz de hacer. Hay personas que esperan mucho”.
FUENTE www.nytimes.com