CIUDAD DEL VATICANO/BUENOS AIRES.— La humildad y sencillez están marcando el innovador discurso pastoral del papa Franciscoy eso no sólo atañe a la manera como él coincibe su ministerio pontificio, sino a su persona, a la forma más bien modesta de sus vestimentas y ornamentos, que contrastan enormemente con la de muchos de sus antecesores.
Baste recordar que el hoy papa emérito Benedicto XVI, en sus casi ocho años de Pontificado, retomó accesorios papales que habían caído en desuso, como el “camauro” —especie gorro rojo con ribete blanco que era usado en la antigüedad por los papas— y la llamada “mozzetta”, una pequeña capa de seda o raso bordada en armilño. En privado, se dice que unas babuchas rojas de lana, parecidas a las pantuflas papales que Juan XXIII (1958-1963) también había recuperado.
Esta manera de vestir, que recordaba a su lejano predecesor Pio IX, el último Papa rey del Estado Pontificio (1847-1870), hizo que la revista estadounidense Esquire, que se ocupa de la moda masculina, dedicara en 2007 un ampio reportaje a Benedicto XVI, poniendo especial énfasis en sus famosos zapatos rojos, hechos en Novara especialmente para él, que, huelga decir, difieren mucho de los negros y desgastados, pero eso sí bien boleados y seguramente cómodos, con los que el papa Francisco sigue presentándose en las ceremonias.
Todos los atuendos de Benedicto XVI tampoco formaban parte del guardarropa de Juan Pablo II quien, salvo en las grandes ocasiones, celebraba las misas con los típicos hábitos utilizados por los sacerdotes en este tipo de ceremonias.
Luego de poco más de dos semanas de pontificado, es por demás claro que el papa Francisco no vestirá los tradicionales, elegantes y antiquísimos indumentos de su predecesor, ni la ricamente adornada mitra pontificia (la toca alta y puntiaguda que llevan papas), porque los mismos contradicen su idea de hacer regresar a la iglesia de Roma a sus orígenes, a la humildad y a la moderación, para estar cerca de la gente, de los pobres en particular.
De hecho, Francisco dispuso que su anillo del pescador, que simboliza ser el sucesor de Pedro, fuera de plata dorada y no de oro, como el que siempre han llevado los pontífices; además, optó por regalar a la Catedral de Buenos Aires su anillo de obispo.
De tal suerte, no ha sido extraño ver a Papa llevar en el cuello su modesta cruz de fierro, calzar su desgastados zapatos negros y vestir de blanco sin ninguna prenda ostentosa.
Tal parece que la sencillez es algo que siempre ha acompañado a Jorge Bergoglio. Segun sus colaboradores, los zapatos que llevaba la tarde en que por vez primera salió al balcón de la Plaza de san Pedro, seguramente los adquirió en alguna tienda de saldos o de ofertas. Ese día, estaban acorde con San Francisco de Asís y toda su pobreza. Esa fue su primera señal de que se inclinaría por “una Iglesia para los pobres”.
En su vida cotidiana, el hoy Papa siempre ha estado más cera de los libros y las cosas inmateriales que de las comodidades. En el Arzobispado de Buenos Aires, su habitación era tan despojada como lo fue la que le prestaban en un departamento en pleno barrio norte, cuando estuvo al frente de la Universidad de El Salvador, entre la segunda mitad de los años 70 y la primera de la década de los 80.
“En ese apartamento prestado tenía un cama una pequeña mesa. Él se lavaba su ropa y limpiaba su espacio, Yo le he llevado café, yerba y azúcar, que me enviaba mi jefe en la Universidad”, dice Daniel Gordo, ex trabajador de la universidad, quien recuerda del papa Francisco su carácter amable, pero firme.
En días pasados, Daniel, el voceador de periódicos que tiene su kiosko frente al Arzobispado, sorprendió al mundo al contar que el 14 de marzo, un día después de la fumata blanca, el papa Francico lo llamó por teléfono desde Roma para decirle. “Habla el padre Jorge, perdoname Dani pero no voy a poder pasar a buscar más los diarios…”. Ese era un hábito de cada mañana, llegar hasta el kiosco antes de las 6:00 y recoger él mismos sus periódicos, y comentar cuestiones futbolísticas o de actualidad con Daniel, quien dice: “Lo voy a extrañar”.
Y el pasado domingo 24, cuando Gustavo Vera, líder de La Alameda —organización que lucha contra la trata de personas y el trabajo esclavo de la mano del arzobispado argentino desde el 2008—, llegó a su casa y se encontró con un mensaje en el contestador. “Hola Gustavo, soy Jorge desde Roma, llamaba para desearte feliz cumpleaños y preguntarte como anda todo…”. Y en Buenos Aries todo anda igual que como lo dejó el Papa. Aunque a él su nueva realidad, “con 1.2 mil millones de problemas, parece que no lo van a cambiar”, dice Vera. Francisco parece darse tiempo para recordar que la humildad y el don de gente, suelen ser el mayor de los tesoros